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Querido/a lector/a, considero que usted y yo vivimos irremediablemente inmersos en una situación que nos tiene acorralados. La crisis se ha desbordado de tal forma, que a duras penas podemos sacar las narices para tener una bocanada de oxígeno. Los hechos recientes nos asfixian, ahogando toda esperanza de que algún día aquellas figuras de poder se asuman como seres humanos y es esta condición la que nos debería mantener iguales.

 

Hay una alta carga de emotividad en estas palabras; me siento triste, preocupado y angustiado por todo lo que ocurre alrededor, me imagino que quienes lleguen a leer esto comparten la misma sensación. Me invade la incertidumbre y la desesperanza al percibir que no hay garantía de que nuestra sociedad viva segura, sino todo lo contrario. La justicia se ha convertido en un mito y por lo tanto, la paz se difumina entre sueños e ilusiones.

 

La verdad se entierra más y más, la pandemia y el confinamiento no han sido más que la vitrina que exhibe una sociedad fragmentada y podrida, muestra la tremenda desigualdad e inmovilidad social que históricamente se ha gestado. Y el problema se torna aún más grave de lo que aparenta.

 

No hay garantía de que me sienta a salvo, por donde la vea. Las cifras de contagios y muertes por COVID-19 van en aumento, los casos de dengue también permanecen, y ojo, esto nunca se atendió debidamente, la inseguridad se derrama empapando a toda la ciudadanía, los policías no protegen; te madrean y luego te desaparecen, qué decir de las mujeres, las siguen violando y asesinando solo por eso, por ser mujeres, peor aún porque la violencia contra ellas se ha resaltado en los hogares porque -ya ven-, estamos en confinamiento.

 

Es como estar en una tormenta de paradojas terribles donde la verdad, la justicia, la paz y la dignidad se han opacado por nimiedades como el poder, los intereses, los protagonismos políticos y actos heroicos fallidos como petardos de feria. Y hablando de feria, todo se basa en eso, poder económico que sustenta al poder político, un hambre insaciable y voraz de controlarlo todo a costa de miles de vidas.

 

Yo no veo salida, no veo una luz al final del camino, tal vez solo hemos recorrido un fragmento de ese tenebroso túnel. “Quédate en casa”, pero el hombre ya le metió santa putiza a la mujer. “El COVID-19 no existe y pues me voy de fiesta y a reuniones”, al rato tenemos más contagiados y fallecidos. “No puedo quedarme en casa porque tengo que salir a chambear y alimentar a mi familia”, pues no puedes, y si te sales, la policía ya te agarró y te arrebató la vida, encima de ello, invisibiliza el caso quedando en el silencio, en la eterna impunidad. “Salgo y protesto porque es mi derecho a manifestarme y porque exijo un estado seguro”, pero ya nos molieron a golpes, nos callan, nos levantan y nos desaparecen.

 

No hallo para dónde hacerme. Usted y yo estamos acorralados en nuestras casas, en nuestra ciudad, en nuestro estado, en nuestro miedo, en nuestra incertidumbre. Un cerdo se adjudicó nuestras vidas y hace lo que se le viene en gana con ellas. No nos queda de otra, a pesar de la porquería en la que nos estamos ahogando hay que echarnos la mano, hay que vernos a los ojos, reconocernos y valorarnos por lo que somos: humanos frágiles y efímeros pero con ganas de vivir, de soñar y de construir. Aunque estemos envueltos en esta penumbra, le invito a que sigamos caminando por este túnel pero tomados de la mano hasta ver la salida, y si no la encontramos, al menos hemos de seguir caminando juntos.

 
 

Por E. Daniel Ramírez Silva


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